Una reflexión necesaria

Por Rolando Carrillo Jerez
Director Dleche Multimedia

Por cerca de trescientos años el racionalismo de René Descartes se asentó en las universidades del mundo occidental, impregnando todas las actividades humanas de su impronta que, entre otras ideas, minimizaba el aspecto emocional y sensitivo propio de la especie humana y de los animales en general. Así, mientras más racional, más humano. Y, por el contrario, mientras más emocional, más animal o inhumano.

Le gustó a nuestra especie poder marcar una diferencia clara entre la animalidad y la humanidad. Tanto, que tuvieron que pasar casi tres siglos para que algunos pensadores rescataran el valor del temple emocional, que nos dota de sentido y fermenta permanentemente nuestra conducta.

Esta realidad histórica es solo una muestra entre muchas expresiones del pensamiento humano que son un equívoco, y que sin embargo persisten durante siglos gracias a grupos que las profesan, las enseñan, las adornan y las justifican creando nuevos discípulos, denostando a críticos e innovadores que puedan echar por tierra sus ideologías y dogmas recalcitrantes.

Si hasta el mismísimo Donald Trump abdicó de los ideales incubados en las propias universidades norteamericanas, retirando a su país del mayor tratado de libre comercio del mundo –TPP– entre otras razones porque Detroit se había transformado en una ciudad fantasma, donde miles de trabajadores quedaron sin empleo producto de la crisis de la industria automotriz, generada por la conquista global de los automóviles chinos.

Con esto no estoy defendiendo a Trump. Solo hago notar que la sensatez y la posibilidad de cambiar de paradigma es una opción que siempre está a la vuelta de la esquina. Muchas veces solo depende de voluntad política… tal como lo está demostrando Bolivia.

Sorprende que uno de los países más pobres del continente se haya puesto a la vanguardia energética instalando una fábrica de motores y autos eléctricos a través del desarrollo de baterías de litio. Y aún más. Una empresa fundada por un ingeniero local que estuvo en Silicon Valley, lanzó un celular con tecnología completamente boliviana, financiada con capitales finlandeses y estadounidenses. Toda una hazaña para un país al que –reconozcámoslo– siempre hemos mirado en menos.

¿Y qué hay de nosotros los “jaguares latinoamericanos”? ¿No deberíamos acaso hacer un mínimo análisis de lo que estamos haciendo? ¿Es posible que nuestro modelo de desarrollo, extractivista y exportador de materias primas, no sea susceptible de crítica, observación ni revisión alguna?

Pensemos un minuto qué distinto sería Chile si, de una vez por todas, decidiera dar ese salto tanta veces postergado. Cuánta ciencia, cuánto conocimiento y energía humana moviliza un país que se impone como meta posicionarse a la vanguardia del desarrollo tecnológico.

Una reflexión a todas luces necesaria, sobre todo cuando los organismos internacionales que nos tienen bajo la lupa avisan que nuestro futuro se ve, a lo menos, preocupante.