Rolando Carrillo Jerez
Médico Veterinario
Director DLeche
Si bien la crisis generada por la pandemia ha sido transversal a todos los sectores de la sociedad y la economía, en el sector lechero los efectos han sido singulares. Esto porque en un par de meses el coronavirus logró lo que jamás pudieron las organizaciones de productores.
A grosso modo, el SARS-CoV-2 bloqueó el comercio internacional, complicando la importación de leche; en paralelo subió el dólar, encareciendo las importaciones, lo que provocó que las plantas lecheras nacionales, con la cola entre las piernas, salieran a ofrecer el oro y el moro a los productores, quienes hoy se dejan querer ejerciendo los principios básicos del libre mercado. Por otro lado, la caída del petróleo de casi un 40% a nivel internacional, ha provocado una disminución en las tarifas del transporte, lo que ha ayudado a que insumos como los fertilizantes mantengan sus precios, todo lo cual ha contribuido a oxigenar finanzas que han estado sumergidas en el agua durante años.
Cuando observamos esta nueva realidad, sin duda saltan muchas preguntas.
¿Cómo es que una partícula viral es capaz de mover las piezas del mercado y conseguir la justicia comercial que por décadas aspiró el sector lechero? ¿Fueron los ejecutivos de la industria indolentes, que no dieron su brazo a torcer viendo cómo cientos de sus proveedores cerraban sus lecherías, mientras el resto debía endeudarse a la espera de tiempos mejores? ¿Fueron insensatos? ¿Qué corre por las venas de un ejecutivo cuando, indiferente, ve desaparecer el 50% de la ganadería lechera de un país?
Este nuevo orden comercial, revela de manera elocuente que los gerentes de la industria han tenido una actitud obtusa durante décadas. Y los hechos demuestran, contra todos sus viejos argumentos, que sí se podía mejorar el precio pagado al productor, y ayudar de paso a fortalecer al sector a través de un sello diferenciador, que todavía está en pañales respecto de lo que realizan otras naciones. Digo esto, porque por años se ha afirmado en foros y seminarios de diversa índole, la necesidad de generar un producto lácteo con identidad y valor agregado, alejarse del commodity, porque Chile no tiene ni tendrá capacidad para competir en volumen en los mercados internacionales, pero sí posee ventajas competitivas para especializarse en lácteos orgánicos, productos para lactantes, quesos de alta gama, leche sin hormonas ni antibióticos, entre otras interesantes alternativas.
A riesgo de pecar de pesimista, no puedo decir que hoy los lecheros de Chile son afortunados por estar recibiendo un precio justo. La muñeca de la industria sigue siendo hábil, y la vieja estratagema del ofertón de precios es una herramienta poderosa, capaz incluso de quebrar la incipiente unión de algunos productores.
Poderoso caballero es Don Dinero, ironizaba Francisco de Quevedo en el siglo XVI, versos que aún siguen vigentes y que hoy la educación esconde de los pupitres de nuestros hijos.
No tengo una bola de cristal para saber cuándo acabará la pandemia, tampoco qué pasará luego de que el SARS-CoV-2 sea controlado y la humanidad empiece a acomodarse a un nuevo orden político, económico y social. Sin embargo, a nadie debiera extrañar si la industria decide volver a su acostumbrado manejo de la asfixia. Y si hoy a los productores no se les puede ver la sonrisa tras el barbijo, podría ocurrir que en unos meses más, cuando la pandemia se haya aplacado, no se lo quieran sacar para esconder el gesto amargo del desencanto.