El persistente olvido del roto

Por Rolando Carrillo Jerez
Director Dleche Multimedia

Juan Lorenzo Colipí, con 20 años de edad, fue uno de esos destacados soldados, llenos de coraje que junto a un pelotón de 10 hombres defendió dos puentes frenando el avance de los confederados y evitando un desastre que podría haber cambiado el destino de la guerra contra la Confederación Perú-boliviana. Lo llamaron “el héroe de los puentes”. Falleció pocos meses después de finalizado el conflicto, pasando insensiblemente al olvido.

Lo mismo pasó con Juan Millacura, héroe de Punta Gruesa durante la Guerra del Pacífico. Un chico de 14 años, nacido en la provincia de Arauco, que mientras la Covadonga era perseguida por la Independencia, logró derribar a 16 marinos que disparaban el cañón de proa del barco peruano. “Nunca se ha usado un rifle perdiendo menos balas que con este negro”, escribió el contralmirante Carlos Condell, quien lo llevó a todas las ceremonias oficiales. Hasta le tomaron fotos, honor que solo se hacía con los marinos de alto rango. Sin embargo, a diferencia de los oficiales de la Covadonga, los pasos de Millacura se pierden en la historia. Nunca más se supo del niño-héroe, ni a dónde fue, ni cuándo murió.

Resulta increíble lo penoso que puede llegar a ser el final de un héroe modesto, de un gañán, de un roto. Mientras los cañones aún están tibios y el olor a pólvora continúa impregnado en la nariz, al roto se le rinden honores, se le hacen versos, himnos y ciertamente, más de alguna medalla se le clava en el pecho. Sin embargo, cuando la hazaña marcial se transforma en historia, el relato oficial omite deliberadamente a este personaje de origen humilde.

Los héroes son necesarios en todo momento y es preciso recordarlos permanentemente, para transmitir a la nueva savia social los valores más elevados de la nación. Sobre todo cuando hoy nos enfrentamos a una realidad donde la corrupción invadió nuestras instituciones, corroyendo la médula de una república que otrora se jactó de hombres como Prat, quien devolvió al Estado el dinero sobrante de los gastos de representación que se le asignaron para una misión secreta en Buenos Aires.

Sí señores, en Chile hubo servidores públicos sobrios y correctos. Honorables y grandiosos… Y héroes que no siempre vistieron de traje.