DOS GENERACIONES, UN SOLO HORIZONTE

Formada en enero de este año, Torrencial Lechero ha inyectado renovados bríos a la actividad agrícola del sur de Chile. Heterogénea y multigeneracional, la joven cooperativa ha logrado armonizar las voluntades de 35 productores de orígenes, edades, tamaños y sueños tan singulares como diversos. Todos, portadores de una historia única e irrepetible. Lejos de ser un obstáculo, esta suma de particularidades explica en gran medida la cohesión que ha logrado la agrupación. El siguiente reportaje se sumerge en los relatos de dos de sus integrantes, generacionalmente distantes pero unidos por un prometedor horizonte común.

Durante treinta años Eduardo Fischer Stein (66) administró predios agrícolas ajenos, pero siempre con la mirada puesta en “Las Vertientes”, de modo que cada peso que lograba ahorrar lo invertía en su querido campo de Puyehue. “Todo lo que se puede ver es lo que hemos logrado hacer desde el año ‘78 a la fecha. Es el resultado de más de cuatro décadas de trabajo”, comenta con orgullo este productor sureño, a quien la vida no siempre le fue amable.

Sus padres murieron relativamente jóvenes, por lo que Eduardo tuvo que poner el hombro recién entrado a la adolescencia, a la temprana edad de 14 años. La enfermedad crónica del padre le significó asumir elevados gastos producto de los frecuentes ingresos y estadías hospitalarias. Una historia que también vivió con su madre, quien falleció a los 55 años, 6 años antes que el papá. La nube negra perseguiría a Eduardo hasta su primer matrimonio, por cuanto su esposa enfermó gravemente y luego de 8 años de padecimiento, falleció.

Esta seguidilla de eventos desafortunados, lo forzó a emplearse en diversas empresas agrícolas, buscando conseguir recursos económicos de manera rápida, más bien urgente, que no podría obtener trabajando su propio campo. Con una precaria situación financiera, no tenía ninguna posibilidad de realizar inversiones para echar a andar una lechería, ni menos asumir los riesgos propios de la actividad agrícola. “Lo importante es que todo lo que hice y aprendí en otras partes lo he podido aplicar en mi campo. Si bien soy técnico en mantención mecánica, la vida me llevó al mundo agrícola y de ahí a las vacas. Felizmente se me han dado las cosas y, a pesar de las adversidades, he podido salir adelante”, relata.

Durante 38 años Eduardo Fischer transitó la agricultura como lo hace la mayoría de los agricultores chilenos: en solitario, manteniéndose ajeno a cualquier experiencia asociativa. Sin embargo, en el año 2016 decidió dejar el individualismo y agruparse con otros 34 productores lecheros de las regiones de Los Ríos y Los Lagos. Un impulso que tres años más tarde daría origen a la primera cooperativa lechera creada en Chile después de 50 años: Torrencial Lechero.

La irrupción de Torrencial Lechero en el mapa agrícola del sur de Chile no ha dejado indiferente a nadie. En poco más de 10 meses la nóvel agrupación ha remecido el aletargado devenir del sector. Sin duda no ha sido una tarea fácil. Encauzar este loable proyecto ha requerido romper paradigmas, partiendo por construir las confianzas que permitieran hacer converger los sueños, intereses y sensibilidades de 35 productores lecheros.

Treinta y cinco agricultores, treinta cinco mundos, una sola visión de la lechería. Torrencial Lechero hoy produce 30 millones de litros al año y su principal objetivo es entregar al mercado lácteo leche de calidad premium, con los más altos estándares de calidad y sustentabilidad. “El cooperativismo exige un cambio cultural importante –apunta Fischer– sin embargo es un modelo tremendamente virtuoso y beneficioso para aplicar en la actividad agrícola. Hoy estamos embarcados en un proyecto que nos tiene a todos muy motivados para enfrentar los desafíos que tenemos por delante”, comenta el productor de Puyehue.

“Es el camino que los productores debemos seguir si queremos fortalecernos en la cadena láctea”, refuerza desde la otra vereda generacional Hardy Folch Martin. Apasionado por la tierra, la historia lechera de este joven cooperado se remonta dos generaciones, cuando su abuelo recibió una parcelación de la Hacienda Rupanco en los albores de la década del ’20. Ciento cuarenta hectáreas (90 aprovechables), planas y extremadamente húmedas –en invierno el centro del predio es una verdadera “laguna”– le planteaban a los Folch un desafiante futuro. Pero lograron encontrarle la vuelta al campo y darle rumbo al proyecto lechero.

En “El Tropezón” Hardy maneja actualmente poco más de un centenar de vacas en ordeña, además de unas 40 vaquillas de reposición más el terneraje. Se siente satisfecho, dice, porque después de años de trabajo con su padre –don Patricio– han logrado dar con un sistema autosuficiente en términos alimentarios (solo se importa el concentrado). “El 70 por ciento del predio hoy cuenta con empastadas, las cuales hemos ido mejorando poco a poco. Nuestra objetivo ha sido priorizar el establecimiento y mejoramiento de praderas, de modo de ir reduciendo progresivamente la compra de alimento”.

Una estrategia, que como veremos más adelante, se ha aplicado “en la medida de lo posible”, sin poner en jaque la estabilidad financiera del plantel.

PIANO PIANO

Como integrantes de un colectivo con objetivos comunes, tanto Eduardo como Hardy hoy se encuentran enfocados en alinear sus sistemas productivos con la estrategia definida en el seno de la cooperativa. En tal sentido, la gira técnica realizada en mayo a Irlanda marcó un punto de inflexión en la agrupación, que pudo comprobar in situ el impacto que genera una gestión lechera profesional y un manejo superlativo de la pradera. El intenso periplo por “la catedral del pastoreo” fue para los socios de Torrencial Lechero la constatación de las ventajas competitivas que posee el sur de Chile para desarrollar la producción de leche bajo el sistema pastoril. “Nos demostró que tenemos un enorme margen para mejorar y crecer”, señala Hardy Folch. “Fue notable conocer tecnologías, prácticas y manejos concretos que nos pueden ayudar a lograr mejores resultados”.

Para Eduardo Fischer, la sociología de la lechería irlandesa es un aspecto fundamental, que amerita un análisis profundo, de manera de evaluar las posibilidades de aplicar esta filosofía de vida a la realidad sureña. “El marcado carácter familiar de la lechería irlandesa es, sin lugar a dudas, uno de los factores que determina su éxito”, sostiene.

La pasión y el orgullo que exhiben los farmers produjo un enorme impacto en cada uno de los miembros que integraron la comitiva. Dado el alto costo del recurso humano, la mayoría de los campos lecheros irlandeses son manejados por solo dos personas, generalmente un matrimonio, o un padre y un hijo. “Ellos se sienten orgullosos de ser los continuadores de una tradición que se remonta varias generaciones, y son conscientes de la gran valoración que les otorga la sociedad irlandesa. Este fuerte compromiso motiva a los jóvenes a seguir vinculados al campo, garantizando de esta manera el relevo o traspaso generacional”, comenta Eduardo Fischer.

“¿Si aquello es replicable en Chile? Yo creo que sí, pero debemos trabajar duro para cautivar a las nuevas generaciones con la lechería y lograr que nuestros hijos y nietos se queden en el campo, vibren con las vacas y adquieran el nivel de compromiso, orgullo y pasión por la actividad que muestran los lecheros irlandeses”, agrega.

Orgullo y pasión que Eduardo percibe en Hardy, quien jamás dudó que su futuro estaría ligado de por vida al campo y la agricultura, y que sería él y no otro quien asumiría el traspaso generacional del campo familiar. Sin embargo, hasta antes de Torrencial Lechero su objetivo era tan sencillo como “mantenerse a flote”, confiesa. Imbuido en la cultura sectorial, su mirada del negocio estaba impregnada de un conformismo paralizante, obviando el poder que otorga la unión y la organización frente a las arbitrariedades del sistema.

Hoy, la experiencia colectiva le ha devuelto la posibilidad de soñar y proyectar su campo con esperanza. No es simple voluntarismo, asegura, sino que su mirada está basada en una visión estratégica compartida, que considera que el desarrollo lechero es un camino de largo aliento, que exige racionalidad, planificación y la necesaria cuota de realismo.

Ejemplo de esto son las conclusiones extraídas después de maravillarse con la “extraordinaria” calidad de las praderas irlandesas. “Es un gran desafío que tenemos por delante, todos estamos convencidos que debemos seguir poniendo el foco en la pradera”, dice Hardy, quien sabe que la tarea no es fácil, principalmente por cuestiones financieras. “Tenemos el potencial para aumentar nuestra productividad, sin duda, pero para eso el primer paso es corregir la fertilidad de nuestros suelos y aquello requiere un gasto importante”, explica.

El productor de Entre Lagos está convencido que inversiones de esa envergadura solo se pueden realizar después de una planificación fina y rigurosa. “En nuestro caso particular, hoy tenemos un promedio de fertilización que no supera las 10 ppm de fósforo, lo cual es a todas luces insuficiente, mientras que en muriato estamos en 65, cuando lo recomendado son 150”, detalla. “Es decir, debemos dar un salto importante, y poner mucho lápiz y papel para tomar la decisión adecuada sin poner en riesgo nuestra estabilidad financiera. Hasta ahora hemos evitado endeudarnos, y es un principio que intentaremos respetar”.

En “El Tropezón” la producción por vaca se mueve en el rango de los 4.800 a los 5.000 litros por lactancia, con un promedio de 4,8 lactancias por vaca. “Nos han dicho que nuestro campo tiene potencial para soportar sobre 200 vacas en ordeña”, comenta. “Suena bonito, pero sabemos que llegar a eso no es rápido ni barato, y nosotros nos mantendremos con los pies bien puestos en la tierra”, sentencia categórico.

Pero no toda mejora requiere inversión. Uno de los aprendizajes adquiridos en Irlanda –incorporado de manera inmediata por Hardy Folch una vez de regreso en Chile– es el registro y análisis sistemático de los datos de la lechería. Esta práctica le ha permitido ordenar la gestión del plantel y tener a la vista un panorama actualizado de los indicadores sanitarios, reproductivos, alimentarios y productivos de su sistema lechero. “En Irlanda observé la importancia de esta práctica para el éxito general de un plantel, y hoy me parece impensado prescindir de esta herramienta de gestión”.

Folch cuenta que la importancia de la gestión de datos la había advertido años antes, cuando decidió implementar control lechero oficial. “En aquel entonces constaté que todos los meses perdía 500 mil pesos por concepto de calidad de leche”, apunta. “Definitivamente manejar la información fina es clave en cualquier actividad productiva, y la lechería no es la excepción”.

LA REALIDAD LOCAL

“Las Vertientes”, campo de Eduardo Fischer, está ubicado en el sector de Pichidamas, comuna de Puyehue. El campo se lo compró a su padre, en 1978, cuando el predio contaba con apenas 50 hectáreas, donde la mitad eran praderas. En 40 años Eduardo ha logrado duplicar el tamaño de su propiedad agrícola, contando en la actualidad con 50 hectáreas útiles y otras 50 de bosques, de las cuales extrae la madera para realizar las construcciones necesarias para la actividad ganadera. “El bosque es un patrimonio valioso –sostiene– y contrario a lo que afirman algunos, los lecheros y ganaderos no somos responsables del calentamiento global, sino que al revés, a través del sistema pastoril y la protección de los bosques contribuimos a neutralizar el CO2”, afirma Fischer.

Al igual que a Hardy, la vigorosa pradera irlandesa dejó impresionado a Eduardo, y al mismo tiempo estimulado para intentar acercarse a esos estándares que repercuten en una gran eficiencia productiva, tanto en leche como en carne, además de convertir al sistema en un efectivo secuestrador de gases de efecto invernadero.

Enemigo de los eufemismos, Eduardo Fischer no tiene pudor en señalar que “actualmente no entregamos a las vacas la alimentación que requieren”. La honestidad consigo mismo y saber reconocer los aspectos deficientes de su sistema, dice, es clave para diseñar e implementar un plan estratégico orientado a conseguir mejores niveles de producción y rentabilidad. “Si no se reconoce la enfermedad, nadie se hace remedio”, afirma.

Fischer refuerza lo expresado por Hardy Folch, en relación a la importancia de la gestión de la información en los sistemas lecheros y agropecuarios en general. “Los irlandeses anotan y analizan absolutamente todo –subraya– por eso son lo que son en el mapa lechero internacional”.

El productor de Puyehue recuerda un antiguo episodio que expresa de manera elocuente “el talón de Aquiles” de la agricultura local, y su contraste con las principales potencias agroalimentarias del mundo. “Hace años, cuando administraba un fundo, recibimos la visita de unos israelíes que nos dijeron, No sabemos si los chilenos son muy inteligentes o todo lo contrario, porque vemos que hacen un montón de cosas, pero nada lo hacen bien. Para ellos era muy extraño que dentro de un predio se hicieran múltiples cultivos y además ganadería, y nos hacían ver que no sabíamos alimentar a nuestras vacas”.

La modernización de la empresa agrícola chilena no puede postergarse más, sostiene Fischer. La rentabilidad de la agricultura se ha reducido fuertemente –argumenta– lo que obliga a los productores a ser mucho más productivos y eficientes. Un cambio radical respecto de la situación que se vivía en los años ’60, cuando con 12 a 20 vacas se podía vivir e incluso tener un par de trabajadores, sostiene. “Actualmente no puedes tener menos de 100 o 150 vacas. A modo de ejemplo, el año ‘64 mi madre recibió 180 hectáreas y 20 vacas, con lo cual como familia podíamos tener un pasar tranquilo. Hoy eso sería imposible. Esto es una muestra de cómo han cambiado las cosas”.

Otro de los cambios importantes que Eduardo observa, y que está afectando seriamente el devenir de la agricultura, dice relación con el valor de la tierra, el cual en los últimos años se ha incrementado de forma explosiva, con grandes inversionistas apostando al negocio inmobiliario buscando rentar a través de la plusvalía. “Muchos no tienen ningún interés en la producción agropecuaria, y solo compran pensando en el negocio especulativo del suelo”, sostiene. “Los que estamos en este rubro es porque nos gusta la tierra y todo el sistema de vida que la rodea, aunque el negocio sea difícil”.

GENÉTICA Y CAMBIO CLIMÁTICO

Como en muchos campos del sur de Chile, en “El Tropezón” la impresión inicial es potente. Sin embargo, la bucólica imagen esconde un suelo complejo que hace del invierno una estación ingrata, explica Folch, especialmente cuando se desarrolla ganadería a pradera, con una concentración de partos de 70% en primavera. “En este campo, donde hagas un hoyo, a los 2 metros brota agua –explica– lo cual si bien es complicado de manejar en invierno, en verano es una tremenda ventaja”.

Con una respetable experiencia a pesar de su cortad edad, y aplicando sus estudios de técnico agrícola, Hardy ha logrado configurar un modelo agropecuario eficiente, donde uno de los grandes pilares, junto con la optimización de la pradera, es la constante búsqueda de mejoramiento genético, funcional a sus objetivos. Es así como el histórico clavel alemán –tan apreciado por su padre y su abuelo– ha dado paso al Montbeliarde, animal de doble propósito, que además de su comprobada valoración cárnica, entrega buenos sólidos totales, buena conformación de ubres, resistencia a la mastitis, facilidad de parto y –muy relevante para Folch– alta fertilidad y longevidad, con varias vacas que registran 12 a 13 pariciones.

Hoy, el 70 por ciento del rebaño corresponde a la raza francesa, con promedios de sólidos de 4,1% de grasa, y 3,5% de proteína. El salto en producción de leche también ha sido notable. De promedios por lactancia de 3.000-3.500 litros, pasaron a más de 6.000.

La Montbeliarde, dice Folch, posee la aptitud de adaptación a varios tipos de clima, pero quizás su atributo más destacable es el mejoramiento de otras razas a partir del cruzamiento con estas. Dado que la superficie de “El Tropezón” no le permite crecer en masa ganadera, Hardy, inteligentemente, insemina las vacas de menor mérito lechero con ganado de carne, especialmente con Charolais, raza que cruzada con Montbeliarde genera híbridos de gran valor carnicero en machos y hembras. “Actualmente, nuestros ingresos por concepto de ganado de carne representan el 38% del total del plantel, versus un 62% por concepto lechero. Nada mal”.

Un principio similar ha aplicado Eduardo Fischer en “Las Vertientes”. Después de probar diversas razas, como la Holstein americana, Rojo sueco, Clavel alemán, Clavel holandés y Jersey, hace dos años se decidió por el Frisón irlandés. “El objetivo es cerrar el ciclo productivo con un animal que posea valor comercial y se venda bien en la feria, algo que los irlandeses también realizan”, explica.

En Puyehue Fischer debe lidiar con las complejidades propias de un suelo ñadi, con solo 60 centímetros de tierra antes de que se asome el ripio. A pesar de este problema, ha logrado dar con un sistema de producción de forraje simple y eficiente. En septiembre siembra coles para las vacas secas, mientras que para las vacas en ordeña siembra 25 hectáreas de ballicas de rotación corta con cebada para ensilaje. “Nos da un volumen importante para alimentar a las vacas en invierno, pero como van las cosas, deberá alcanzar también para el verano”.

Sin dramatismo, Eduardo asume el cambio climático como una variable ineludible, que más temprano que tarde obligará a todos los rubros agrícolas a adaptar sus sistemas, estrategias y manejos productivos a las nuevas condiciones. “En el caso de la lechería sureña, resulta evidente que tendremos que prepararnos para enfrentar no uno, sino que dos momentos de escasez de forraje en el año. En consecuencia cada lechero deberá cruzar sus recursos –genética, suelo, instalaciones, etc.– con las condiciones climáticas específicas de su zona geográfica para diseñar un modelo que asegure la viabilidad y sustentabilidad de su plantel”.

No hay que ponerse a “inventar la pólvora”, dice Fischer. Las alternativas son mejorar praderas o sencillamente arrendar otros campos de donde surtirse con forraje para consumo directo o para conservación. “El objetivo es lograr que las vacas estén bien alimentadas para que manifiesten todo su potencial genético. En Chile tenemos buena genética, pero una alimentación deficiente”, subraya.

Actualmente en “Las Vertientes” ordeñan 130 vacas, y el objetivo es llegar a 150 con la próxima reposición. La producción varía entre 4.800 y 5.000 litros, mientras que en suma de sólidos bordean 7,3 a 7,5%, con meses donde logran llegar a 8%.

En materia de calidad de leche, Fischer comenta que las células somáticas son un problema durante el invierno, “porque es el efecto de consumir las coles directo en el potrero, donde se forma barro, sobre todo en días muy lluviosos. Pero sin las coles la producción declinaría fuertemente”.

Para Eduardo Fischer la explotación agrícola es como una escalera, donde el campo –la tierra– es solo el primer peldaño. “Luego hay que apotrerar, hacer praderas, asegurar la provisión de agua, la electricidad, en fin… Acá logré hacer una manga el año ‘78 y solo después de dos años compré una balanza. El crecimiento es lento, porque si se hacen grandes inversiones de una sola vez, la producción del campo no es capaz de pagarlas. Así es el negocio agrícola”, sentencia.