Rafael Osorio: Un lechero de dos siglos

Actor y testigo privilegiado de la evolución de la producción pecuaria durante el siglo XX, el productor y médico veterinario Rafael Osorio mantiene su vigencia en el siglo XXI con posturas claras y un desafío tan complejo como loable: recuperar el cooperativismo para la actividad lechera del sur.

Es enero de 1969 y un joven veterinario recién egresado de la Universidad Austral, atraviesa el portón de la pujante Cooperativa Agrícola y Lechera de Osorno, CALO. En solo cuatro días ha pasado del nerviosismo de la titulación universitaria a la ansiedad propia del debut profesional, palpitando la emoción de incorporarse a una empresa emblema de la industria láctea nacional y motor de la economía del sur. No imagina que aquel primer empleo le permitirá cumplir su sueño de infancia: convertirse en productor pecuario. Tampoco, que 12 años más tarde la legendaria cooperativa se disolverá en medio del descalabro financiero.

Han pasado 50 años desde aquel día y demasiada agua ha pasado bajo el puente. Productor lechero, médico veterinario, fundador de la Sociedad Chilena de Buiatría, ex presidente del Colegio Médico Veterinario de Osorno y consejero nacional del Colmevet durante casi tres décadas, Rafael Osorio Mardones ha sido protagonista y testigo privilegiado de la notable evolución que ha experimentado la lechería del sur en el último medio siglo.

A sus 75 años Osorio está lejos de entrar al ocaso de la vida. Con una energía y vitalidad que impresionan, se las arregla para repartir su tiempo entre las labores de su fundo de Entre Lagos, la actividad gremial y la presidencia de Torrencial Lechero, la primera cooperativa lechera que se forma en Chile después de casi seis décadas.

A pesar de los años y sinsabores propios del rubro, este lechero mantiene un entusiasmo incombustible por la actividad, que lo lleva a estar constantemente enfocado en objetivos concretos. Hoy en La Querencia, con una superficie total de 235 hectáreas, la meta es llegar a 200 vacas en producción y bordear los 6 mil litros promedio por lactancia. Actualmente, en el peak de producción, el promedio vaca/día alcanza los 25 litros.

La vieja escuela

Rafael Osorio es un narrador de lujo para aquel que busca sumergirse en la historia agropecuaria de los últimos 50 años. Profesional de la vieja escuela, Osorio guarda vivos recuerdos de los hitos ganaderos de la segunda mitad del siglo XX, que tuvieron como grandes protagonistas a los médicos veterinarios. Desde la épica cruzada para la erradicación de la fiebre aftosa, hasta la introducción de la inseminación artificial.

Ingresó al Servicio Agropecuario de CALO en momentos que la cooperativa buscaba alinear a sus socios en el Proyecto Ganadero Sur, de CORFO. Loable iniciativa que planteaba modernizar a los productores con transferencia de conocimiento y créditos blandos para la adquisición de tecnología. “Fue una experiencia notable, que de alguna manera prestigió a la profesión, porque exigía que los médicos veterinarios acompañáramos todo el proceso en terreno, trabajando codo a codo con los productores”, relata Osorio, quien durante tres años entregó asistencia en los sectores de El Encanto y Mantilhue. “Salíamos de Entre Lagos a primera hora y recorríamos a caballo decenas de campos al día”. Anécdotas de aquella época se cuentan por doquier. “Como muestra de agradecimiento, los productores nos esperaban todas las mañanas con una gran caña de vino… ¡Pa’ que se le quite el frío, puh doctor!, me insistían… así que había que ponerle no más”, recuerda Osorio entre carcajadas.

En el marco del Proyecto Ganadero Sur también se dieron los primeros pasos para el control de la brucelosis y la tuberculosis, enfermedades que en aquellos años provocaban verdaderos estragos en los campos, mermando la masa ganadera y afectando dramáticamente la producción. “Los abortos por brucelosis eran pan de cada día, no había productor que no los padeciera. Yo calculo que, en promedio, superaban el 10 por ciento de los partos de una temporada”.

Rafael Osorio revisita con evidente nostalgia aquellos años de idealismo profesional. Lo emociona recordar el impacto que este plan produjo en los pequeños productores, y el esfuerzo que ponían en modernizarse, salir adelante y pagar sus créditos. CORFO había importado el paquete tecnológico desde Nueva Zelanda y además del acompañamiento técnico dotó a los campos de salas de ordeña y tractor con máquina ensiladora incluida. “El salto fue monumental, en salud animal, alimentación, producción y gestión predial en general”, destaca el doctor Osorio.

El manejo reproductivo también experimentó avances importantes, a través de la selección de toros e inseminación artificial, que no solo impulsó el mejoramiento genético sino que además permitió el control de la tricomoniasis. Logros donde jugó un rol destacado la Universidad Austral y muy especialmente el doctor Enrique Gantz, precursor de lo que sería posteriormente Cooprinsem.

Oportunidad perdida

El rebaño de La Querencia está compuesto principalmente por Frisón irlandés, animales rústicos, doble propósito, de buena conversión, al servicio de un sistema productivo recientemente convertido a estacional. Durante años Osorio realizó dos pariciones por año (marzo-abril: 30% y septiembre-octubre: 70%), además de la cría de terneros. Sin embargo, el análisis de las respuestas productivas lo convencieron de las ventajas que otorga la zona para concentrar los partos en primavera. “Hoy nuestro objetivo es producir leche con una alimentación basada en un 75 a un 80 por ciento en pradera”, explica.

En rigor, se trata de un sistema primaveral sui generis, porque en La Querencia los partos se producen entre julio y agosto. Algo así como un “modelo neozelandés modificado”, con primavera adelantada, suplemento de concentrando y solo cuatro meses sin producción.

Los meses improductivos son cubiertos con el encaste y venta de vaquillas preñadas y con los ingresos provenientes de la “superproducción” del periodo noviembre-diciembre. No obstante, Osorio reconoce que este tránsito de un modelo anual a uno estacional no ha estado exento de complicaciones, por lo cual hoy se encuentran enfocados en realizar una serie de ajustes orientados a pulir y optimizar el nuevo sistema.

La crianza y venta de terneros es otro puntal del modelo de La Querencia. “Crío alrededor de 170 terneros por temporada y otros 30 los vendo calostrados. Ambos se venden muy bien, los compradores se van felices porque conocen la gran aptitud carnicera de estos animales”.

Esta es una de las razones por las que Rafael Osorio aún se resiste a las “bondades” lecheras del Holstein. Defensor del doble propósito, el productor de Puerto Chalupa lamenta la irrecuperable pérdida de patrimonio genético que sufrió Chile a partir de la “holsteinización” de la lechería sureña. “Hasta comienzos de los ’80 en los campos del sur primaban el Frisón holandés y el Overo colorado, animales que si bien mostraban producciones de leche moderadas, entregaban crías con excelente aptitud carnicera”. Razas que, según Osorio, “con la inseminación artificial y los programas de alimentación modernos pueden alcanzar producciones de 5500 litros por lactancia, sin perder su cualidad carnicera”.

Más allá de gustos y objetivos personales, el doctor Osorio plantea sincerar el debate, poniendo sobre la mesa los rendimientos y costos de cada raza. “De acuerdo a lo que se observa en esta zona, la ventaja de la Holstein es a lo menos relativa, si consideramos los altos costos de alimentación que plantea una vaca diseñada para comer maíz en confinamiento”, señala. “¡Cuántos productores quebraron porque se cegaron con los litros y se volvieron locos suministrando concentrado!”.

Desde su rol gremial, Rafael Osorio se atreve a esbozar una autocrítica, afirmando que la profesión veterinaria falló en renunciar a su rol orientador, aceptando las lógicas comerciales de las empresas de inseminación. “Perdimos la oportunidad de generar una raza propia mejorando el material genético que llevaba años de adaptación en esta zona”, sentencia.

La gran responsabilidad

Soldado de mil batallas, la gran cruzada en la vida de Rafael Osorio ha sido lograr la unión de los lecheros del sur. Articulador incansable, Osorio no esconde el orgullo de ser el primer presidente de la recién creada cooperativa Torrencial Lechero. Fresca en su memoria está la historia de CALO, la gran cooperativa de Osorno donde dio sus primeros pasos profesionales y el lugar donde supo lo que era el cooperativismo.

Recuerdos de aquella época dorada hay muchos, como “la capacidad de trabajo y honestidad intachable” de Carlos Bielefeldt y Germán Kohnenkamp, los entonces presidente y gerente de la cooperativa, respectivamente. Pero, de pronto, los buenos tiempos se esfumaron y todo cambió. “Quienes somos de la zona conocemos las razones que llevaron a CALO al desastre: fueron los malos manejos de sus últimos dirigentes lo que sepultó a una organización que tenía todo para haberse sostenido en el tiempo”, comenta.

“En CALO pude ver cómo los últimos directores, más que representar a los cooperados se creían los dueños de la cooperativa”, relata. “El descalabro por malos manejos llegó a tal nivel, que tuvieron que pedirle a los cooperados no pagarles la leche un mes, y luego otro, y otro, ¡tres meses estuvieron los socios sin recibir dinero!, hasta que se produjo el desastre”.

El daño que este hecho provocó a la imagen del cooperativismo fue enorme, plantea Osorio. “Cuando a una persona le arrebatas aquello que obtuvo con tanto esfuerzo, provocas un impacto muy profundo en su ser. El caso CALO explica en gran medida la desconfianza en el sistema cooperativo que se advierte hasta el día de hoy”, subraya. “Con Torrencial Lechero esperamos contribuir a revertir esa imagen”, agrega.

Las malas experiencias no terminaron ahí. Después de la debacle de Calo, Rafael Osorio se integró a la cooperativa de distribución eléctrica, CREO, esta vez en calidad de director. En el ejercicio de su cargo, pero con escaso poder real, fue advirtiendo progresivas irregularidades en la conducción de la empresa, hasta que aconteció lo inevitable. Fue la crónica de una muerte anunciada: una nueva cooperativa osornina fracasaba producto de malos manejos de sus dirigentes.

Sucesos amargos, que han forjado en Rafael Osorio un sentido del deber a toda prueba. Convencido de que su cargo conlleva una responsabilidad mayor, no duda en señalar que “los cimientos de una cooperativa son la honestidad y la transparencia de sus integrantes, especialmente de sus dirigentes”, concluye.

La aventura colombiana

A comienzos de los ‘80, víctima de una estafa Rafael Osorio cayó en un hoyo financiero que casi le cuesta el campo. “Quedé con cuatro vacas y gran deuda con el banco”. Desesperado y a punto de vender, el destino le tendió una mano inesperada. En medio de esos atribulados días, alojó a un matrimonio colombiano que arribó a conocer el sur de Chile. “A raíz de esa visita surgió el negocio para exportar ganado a Colombia, específicamente a Medellín y Bogotá”. Entre 1983 y 1988, Osorio transportó ganado por barco y avión. “Llevé unas 1200 vaquillas, toros, caballos chilenos y semen para inseminación de la UACH. Fueron cinco años memorables”, recuerda.

La calidad está en las personas

La Querencia exhibe muy buenos indicadores de calidad de leche, con 4 mil UFC y recuentos que se mueven entre 80 mil y 100 mil células somáticas por mililitro de leche. El porcentaje de sólidos alcanza el 7% promedio, con sobre un 4% de materia grasa. Cifras que según Osorio son mérito de un equipo cohesionado y altamente competente. Para Rafael, sus cinco colaboradores son más que empleados. “Son mis socios, llevamos más de 20 años poniéndole el hombro juntos a esta actividad”, comenta. “Confío plenamente en ellos, tanto que tiempo atrás me tocó estar fuera de Chile durante un mes y medio, y no llamé nunca para preguntar cómo andaba el campo”.